martes, 8 de mayo de 2018

APARICION DEL ARCANGEL SAN MIGUEL - Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger


LOS ÁNGELES EN EL EVANGELIO. — El salmista predijo que la venida del Emmanuel a este mundo sería saludada por los santos ángeles y que le adorarían humildemente en el momento que se manifestase entre los hombres. Vimos ya el cumplimiento de esta profecía, en la noche de Navidad. Los cánticos de los ángeles atrajeron a los pastores al establo, y nosotros les seguimos para ofrecer nuestros homenajes al Señor. En su triunfante Resurrección el Emmanuel no podía dejar de ser rodeado por estos Espíritus bienaventurados que le asistieron en las humillaciones y dolores de la pasión. Apenas rompió las barreras que le retenían cautivo en el sepulcro, un ángel de rostro resplandeciente y de vestidos blancos como la nieve, viene a quitar la piedra que cerraba la entrada del sepulcro, y anuncia a las santas mujeres que el que buscan ha resucitado. Cuando penetran en la gruta del sepulcro, dos ángeles vestidos de blanco se presentan ante ellas y las confirma el suceso. 

Honremos a estos augustos mensajeros de nuestra redención, y contemplémosles con respeto rodeando a Jesús durante su estancia en la tierra. Adoran esta humanidad glorificada que verán muy pronto subir a lo más alto de los cielos y sentarse a la derecha del Padre. Se alegran con nosotros en esta fiesta de Pascua por la que nos ha sido devuelta la inmortalidad, en nuestro Salvador resucitado; y como dice San Gregorio 1 "esta Pascua se convierte también en fiesta de los ángeles porque al mismo tiempo que nos abre el cielo, les anuncia a ellos que las pérdidas que han experimentado en sus filas van a ser compensadas". Es, pues, justo que el Tiempo Pascual dedique una solemnidad al culto de los Angeles. Poco antes de la Anunciación celebramos la fiesta de San Gabriel; hoy es el Arcángel Miguel el príncipe de la milicia celestial el que recibirá nuestros homenajes. Ha señalado él mismo este día apareciéndose a los hombres, dejándoles una señal de su presencia y protección. 

NOMBRE Y MISIÓN DEL ARCÁNGEL. — El solo nombre de Miguel es bastante para causar admiración: es un grito de entusiasmo y de fidelidad. "¿Quién como Dios?" es el nombre del Arcángel. En lo profundo de los infiernos tiembla Satanás ante este nombre que le recuerda la protesta con la que este Angel rechazó el intento de revolución de sus infieles compañeros. Miguel mostró su valor en el Ejército del Señor y por eso se le confió la defensa del pueblo de Dios, hasta el día en que la herencia de la Sinagoga repudiada pasó a la Iglesia cristiana. Ahora es el guardián y protector de la Esposa de su Señor, nuestra Madre común. Su brazo vela sobre ella, y la sostiene y defiende en sus luchas y participa en todos sus triunfos. 

Pero no creamos que el Santo. Arcángel, aún cuando esté cargado de los más grandes y difíciles cuidados para la conservación de la obra de Cristo, no puede atender a cada uno de los miembros de la Santa Iglesia. Dios le ha dado un corazón compasivo para con nosotros; y no hay ni una sola alma a quien no proteja con sus favores. Tiene la espada para defender a la Esposa de Cristo; se opone al dragón siempre preparado a lanzarse contra la Mujer y su fruto (Apoc., XII, 13); pero al mismo tiempo nos atiende a cada uno de nosotros cuando después de haber confesado nuestros pecados a Dios Todopoderoso y a la Bienaventurada Virgen María, los declaramos también a San Miguel Arcángel pidiéndole su intercesión ante Dios. 

Su ojo vela en toda la tierra junto al lecho de los moribundos, porque tiene la misión especial de recoger las almas elegidas al salir del cuerpo. Con tierna solicitud y majestad incomparable las presenta a la luz eterna y las conduce al cielo. La Iglesia misma nos da a conocer  en los textos de la Liturgia las prerrogativas de este gran Arcángel. Nos dice que ha sido puesto a la cabeza en el Paraíso, y que Dios le ha confiado las almas santas para conducirlas a la gloria. Al fin del mundo cuando Cristo aparezca en las nubes del cielo para juzgar al género humano, Miguel cumplirá un ministerio formidable, al hacer, con los otros ángeles, la separación de los elegidos y condenados, que habrán tomado su cuerpo en la resurrección general. En la Edad Media nuestros antepasados solían representar a este Santo Arcángel en ese momento espantoso. Le ponían delante del trono del Juez Soberano, con una balanza en la que pesa las almas con sus obras. 

CULTO DEL ARCÁNGEL. — El culto de tan poderoso ministro de Dios, de tan gran protector de los hombres, debía extenderse por la cristiandad, sobre todo después de la desaparición de los falsos Dioses, cuando no había que temer que los hombres fuesen tentados de tributarle honores divinos. Constantino le dedicó cerca de su nueva capital, un santuario que llevó el nombre de Michaelion; y cuando Constantinopla cayó en poder de los turcos no había menos de quince iglesias dedicadas a San Miguel ya en el recinto de la ciudad ya en los arrabales. En el resto de la cristiandad esta devoción se fué extendiendo poco a poco debido a las apariciones del Santo Arcángel para indicarles que los fieles recurrieran a él. Estas manifestaciones fueron locales; pero Dios, que de causas pequeñas hace salir grandes efectos, se sirvió de ellas para despertar poco a poco entre los cristianos, la confianza para con su protector celestial. 

APARICIONES. — Los griegos celebran la aparición que tuvo lugar en Frigia, en Chone, nombre que ha reemplazado a Colosa. Existía en esta ciudad una iglesia dedicada a San Miguel, frecuentada por un santo llamado Arquipo a quien los paganos perseguían furiosamente. Para deshacerse de él, soltaron la esclusa de un arroyo que desembocaba en el Lycus, amenazando arrasar la iglesia de San Miguel, donde Arquipo estaba orando. Apareció el Santo Angel, llevando una vara en la mano; a su vista, la inundación retrocedió y las aguas, aumentadas por el torrente que había desencadenado la malicia de los paganos, fueron a desembocar al abismo donde el Lycus se precipita y desaparece cerca de Coloso. No se sabe con seguridad la fecha de este milagro; sólo se sabe que sucedió en tiempo en que los paganos eran muy numerosos en Colosa para molestar a los cristianos. 

Otra aparición sirvió para aumentar la devoción a San Miguel en los pueblos de Italia y tuvo lugar en el monte Gárgano en Apulia; es la que conmemoramos hoy. Otra sucedió en Francia en las costas de Normandía en el monte Tomba; que celebraremos el 16 de Octubre. 

La fiesta de hoy no es la más solemne de las dos que la Iglesia consagra todos los años a San Miguel; la del 29 de septiembre es de mayor categoría pero es menos personal con respecto a San Miguel, pues se honra en ella juntos a todos los coros de la jerarquía angélica. 

LA APARICIÓN EN EL MONTE GÁRGANO. — Esta aparición tuvo lugar, según se cree, en el pontificado de Gelasio I, en Apulia, en la cima del monte Gárgano, a cuyo pie está situada la ciudad de Siponto. 

Según la tradición, un toro estaba enredado en las malezas a la entrada de una caverna. Un hombre que le perseguía lanzó una flecha, pero esta retrocedió, llegó hasta el hombre y le hirió. Un terror religioso se apoderó de los que seguían al animal de modo que nadie se atrevía a acercarse. Consultado el Obispo de Siponto respondió que había que preguntar a Dios con la oración y el ayuno durante tres días. 

Al cabo de tres días, el Arcángel San Miguel advirtió al Obispo que aquel lugar estaba bajo su protección y que quería que este mismo lugar fuese consagrado al culto divino en su honor y en el de los ángeles. Se hizo una procesión a la cueva y vieron que estaba dispuesta en forma de iglesia, se celebró el Santo Sacrificio, y el lugar se hizo célebre por los milagros allí obrados. 

ELOGIO. — Cuán hermoso eres oh Arcángel San Miguel, dando gloria al Señor cuyo enemigo derribaste. Tu mirada se dirige al trono de Dios cuyos derechos defendiste concediéndote la victoria. Tu grito ¿quién como Dios? electrizó a las legiones fieles y se trocó en tu nombre y tu corona. En la eternidad nos recordará siempre tu fidelidad y tu triunfo sobre el dragón. Entretanto, descansamos bajo tu custodia: somos leales servidores tuyos. 

PROTECTOR DE LA IGLESIA. — ¡Angel custodio de la Santa Iglesia! Ha llegado el momento de desplegar toda la fuerza de tu brazo. Satanás, amenaza furioso a la Esposa de tu Señor. Haz que brille tu espada y lánzate contra ese enemigo implacable y contra sus horrendos cohortes. El reino de Cristo se ha conmovido en sus cimientos. Pero si la tierra debe existir aún, si no se han cumplido los destinos de la Iglesia ¿no es tiempo, poderoso Arcángel, de mostrar al demonio que en la tierra no se ultraja impunemente a Aquel que la creó y la rescató y se llama Rey de Reyes y Señor de señores? El torrente del error y del mal no cesa de arrastrar hacia el abismo a la generación seducida; sálvala y destruye las malvadas conjuraciones de que es víctima. 

PROTECTOR DE LA BUENA MUERTE. — Eres el protector de nuestras almas en el momento de su  paso del tiempo a la eternidad. Durante nuestra vida tu mirada nos sigue y tu oído nos escucha. Te amamos, Príncipe inmortal, y vivimos felices y confiados a la sombra de tus alas. Pronto llegará el día en que, ante nuestros restos inanimados, la Iglesia nuestra Madre, pedirá para nosotros que seamos libres de las garras del león infernal y que tus manos poderosas nos reciban y nos eleven a la luz eterna. En espera de este momento solemne, vela Arcángel sobre tus devotos. El dragón nos amenaza y quisiera devorarnos. Enséñanos a repetir contigo: "¿Quién como Dios?" El honor de Dios, el sentimiento de sus derechos, la obligación de serle siempre fieles, de servirle, de confesarle en todos los tiempos y lugares serán el escudo y la armadura con que venceremos como tú venciste. Pero necesitamos algo de ese valor que tú sacabas del amor de que estabas lleno. Haz que amemos a nuestro común Señor y entonces seremos también invencibles como tú. Satanás no resiste a la criatura que está llena de amor de Dios y huye vergonzosamente de ella. El Señor te creó y tú le amaste como a tu Criador; a nosotros no sólo nos ha creado sino que nos ha rescatado con su propia sangre. ¿Cuál deberá ser, pues, nuestro amor para con él? Afianza ese amor en nuestros corazones; y puesto que combatimos en tu ejército, dirígenos, anímanos, sosténnos con tu mirada y detén los golpes de nuestro enemigo. En nuestra hora postrera estarás, así lo esperamos, a nuestro lado abanderado de nuestra salvación. En pago de nuestra devoción está presente en nuestro lecho y cúbrele con tu escudo. No abandones a nuestra alma cuando a ti se acoja. Llévala ante el tribunal de Dios, cúbrela con tus alas, disipa sus temores y que el Señor se digne mandarte transportarla con presteza a la región de las alegrías eternas.

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